Por supuesto, no se trata literalmente de discutir la
viabilidad de la independencia , sino sus costes y beneficios para la sociedad.
Si ignoráramos el incierto proceso de ruptura necesario para alcanzar ese
objetivo final, un hipotético estadio final donde las actuales fronteras se
sitúan en otro sitio sería tan viable como la situación actual. Viable lo es
casi todo, pero no todo tiene más beneficios que costes. El análisis coste-beneficio debería aclarar cuál es el marco geográfico que se considera
(¿nos referimos a costes y beneficios en Cataluña, España, Europa, el mundo?).También
debería considerar los efectos distributivos (¿se beneficiarían más unos
sectores sociales que otros?), así como el marco temporal y el factor de descuento (¿qué peso damos al
corto plazo del proceso de ruptura en comparación con el incierto largo plazo?).
Pocas reflexiones tienen en cuenta un aspecto que para mí
está en la base de las incomprensiones y descontentos. En la España actual,
muchos creemos que los bienes públicos del estado español se proveen de un modo
que tiene más en cuenta las preferencias de una parte de los españoles que las
de otros: lengua, símbolos, infraestructuras, sedes de organismos. No sólo
importa la escala de los bienes públicos, sino también su estructura y características.
Por otra parte, una hipotética independencia también se centraría probablemente
en la provisión de unos bienes colectivos que estaría inclinada (por diseño o
por inercia) a satisfacer las preferencias de aquellos que no tengan lazos con
el resto de España (que por cierto no están distribuidos aleatoriamente en el
eje de la distribución de la renta).
Hasta los partidarios se dan cuenta de las dificultades constitucionales
e internacionales de la opción independentista, y por eso últimamente evitan la
palabra “ independencia” (y prefieren hablar de estado propio o estructuras de
estado, o transición nacional). Ante estas dificultades, pero también ante la
necesidad por parte de España de reaccionar ante el desafío de la ola
independentista en Cataluña, no es de extrañar que unos y otros hayan
redescubierto las ventajas de las ideas federalistas. Precisamente una de las ideas fuerza históricamente del tan denostado
(por unos y por otros) PSC. Por eso en lugar de hablar de viabilidad de la
independencia, quizás deberíamos hablar seriamente de la viabilidad del
federalismo, ya que es algo mucho más cercano a la realidad posible. Hablo de
viabilidad por paralelismo con el debate sobre la independencia, pero por supuesto
de lo que se trata es de hablar de costes y beneficios sociales del
federalismo.
Por supuesto, el federalismo tiene límites imprecisos y puede significar cosas distintas para
distintas personas (lo mismo podría decirse de lo que es un “Estado propio”,
por lo que se lee estos días). Pero tiene la ventaja de referirse a una vieja
tradición en España y Cataluña, asociada a los sectores progresistas e
ilustrados que intentaban acomodar los distintos sentimientos de pertenencia
desde mediados del siglo XIX. Y de referirse a la experiencia internacional
exitosa de países complejos, auto-denominados federales, como Alemania, Suiza,
Canadá, Estados Unidos o Australia.
¿Qué diferencia a la España de las autonomías de estas experiencias
exitosas?
-Que la capacidad normativa de las autonomías es muy limitada,
pese a tener capacidad de gasto.
-Que no hay mecanismos institucionalizados serios de participación
de las autonomías en las decisiones del estado.
-Que la provisión de determinados bienes públicos ha sido
sesgada hacia las preferencias de una parte de la población: sólo uno de los idiomas
que se hablan en España es oficial en la administración central del estado (a
diferencia de lo que ocurre en Canadá, Bélgica o Suiza); los símbolos del
estado no son apreciados por una gran parte de la población en Cataluña y
Euskadi; la política de infraestructuras y sedes de organismos ha ido destinada
a satisfacer desproporcionadamente las preferencias del centro de España.
Las experiencias internacionales exitosas admiten asimetrías
(Baviera) e incluso el derecho para algunos componentes a celebrar referéndums
de secesión (Quebec), en los cuáles se prescribe un límite de participación y de
votos afirmativos, y un eventual resultado positivo lleva asociado no el final,
sino el inicio de negociaciones para repartirse los activos y los pasivos
compartidos. En el caso de Europa, la posibilidad de celebrar estos referéndums
debería ser regulada por la UE, dado que el conjunto de la Unión puede tener
una legítima preocupación por la proliferación de nuevos estados miembro (si
Escocia, Cataluña y Euskadi sí, por qué no Córcega, Padania o las regiones
germano-parlantes fuera de Alemania, pero probablemente no se entendería en
Europa que una Europa de 35 fuera el preludio de una Europa más unida). Por lo
tanto el ejercicio de estos referéndums debería contemplarse como mecanismo de
resolución civilizada, pero bajo criterios muy alejados del “derecho a decidir”
tan alegremente reclamado, como si en una Europa deseablemente más unida no debiéramos
avanzar más bien hacia el “deber de
co-decidir”.
Un camino hacia el federalismo generaría menos incertidumbre
que la vía independentista, lo cual es muy necesario en el contexto de grave
crisis económica y financiera actual. No existirían dudas sobre la pertenecía de
Cataluña al euro y a la UE. Podríamos mantener la seguridad social española (los
riesgos demográficos de una seguridad social catalana son demasiado elevados) y
tender hacia mecanismos de aseguramiento continental y de mayor armonización
fiscal (lo cuál descarta el concierto, pero no una mayor responsabilidad fiscal
en un contexto de coordinación y mayor armonización), así como una lucha más
eficaz contra el fraude fiscal, nunca muy eficazmente combatido por algunos
partidarios de la independencia.
Una España federal facilitaría un mejor encaje en una Europa
que necesariamente debe avanzar a una estructura federal más fuerte (a partir
de una realidad actual donde los estados miembro tienen poder de veto) y a una
unidad política donde los estados miembro y sus ciudadanos acepten perder
soberanía a cambio de un marco democrático donde defender sus derechos y donde
poder defender su visión de cómo deben ser los bienes públicos compartidos.
No sé si todo esto es muy descabellado, pero ciertamente haría felices a los muchos que en España aman a Cataluña y a los muchos que en Cataluña nos negamos a aceptar que los españoles, con quienes muchos tenemos vínculos de parentesco y afectividad, sean el chivo expiatorio de todos nuestros males. Hay que elegir entre populismo de un lado y otro versus los valores genéricos de la socialdemocracia (concordia y fraternidad, cooperación y justicia social). Entre los independentistas hay muchas personas más interesadas en la justicia social que en la independencia. Si los convencemos de que el federalismo permite alcanzar el bienestar con mayor seguridad y a la vez satisfacer sus preferencias por unos bienes colectivos más cercanos a sus sentimientos, quizás hayamos avanzado hacia un marco comúnmente aceptado de convivencia, no sólo aquí, sino en toda Europa. Porque los problemas de identidades complejas y solapadas no surgen sólo en la Península Ibérica, sino que están agazapados en muchos rincones del continente, como brillantemente expuso Claudio Magris en “El Danubio”. Quizás con una España y una Europa federales entonces todos los ciudadanos europeos podamos recuperar algo de soberanía, y se la podamos quitar a los mercados y al capital.
Molt bon final, revolucionari.
ResponderEliminarI m'agrada molt la idea que si cal convocar referèndums independentistes de regions europees sigui la pròpia Unió qui en fixi la normativa i el tipus de pregunta!!!
D'altra banda, fa dies que penso quines diferències reals representarien aquestes independències i se m'acudeixen poques coses: que les casernes militars tanquin o passin a ser europees i..... que hi hagi euros amb imatges "catalanes".... treure banderes espanyoles d'uns quants llocs i....
Una Cataluña en un Estado federal es probablemente la mejor opción. El problema es que creo que es tarde para que ese Estado federal sea España. Sinceramente, no veo a un presidente español diciendo en los próximos 6 meses (aún con palabras más suaves) que es necesario reformar la Constitución de manera urgente para que Cataluña se quede en España. O que Murcia, Extremadura o Castilla tendrán que ajustarse más el cinturón porque es de justicia que Cataluña tenga más recursos, ya que hasta ahora ha estado subvencionando masivamente al resto del Estado. O que a partir de ahora un par de Ministerios, alguno importante, tendrán su sede en Barcelona. O que el AVE a Galicia ha de esperar porque es más importante la conexión ferroviaria del puerto de Barcelona o el corredor del Mediterráneo.
ResponderEliminarLa apuesta del actual independentismo, mucho del cual no es nacionalista (al menos en sentido clásico), pasa por una Cataluña como Estado federal de Europa. Y a los que dicen que eso es imposible porque una Cataluña independiente quedará automáticamente fuera de la zona Euro, de Europa, de la OTAN, de la ONU y, si fuera posible, del planeta Tierra, les contesto que no me imagino que Francia, Alemania, Holanda o Italia permitan un escenario en el que Barcelona, la Costa Brava, las empresas catalanas o el Barça pasen a ser “territorio extranjero”.
Para el PSC es la hora de los valientes, y no los veo por ningún lado.
Vicenç Coscollà