Con el Mundial de Qatar, estamos asistiendo a una exhibición del arte de ponerse de perfil. La mayoría de deportistas, periodistas, dirigentes y aficionados implicados, ha mirado hacia otro lado ante el hecho de que el evento se celebre en una autocracia que explota a inmigrantes y mujeres y que reprime a las personas homosexuales.
Un caso extremo ha sido el del entrenador y exjugador Xavi Hernández, que no solo se ha puesto de perfil, sino que se ha dado la vuelta como hacía cuando jugaba. Pero lo que era bonito sobre el terreno de juego, es patético fuera de él. Ha dicho que las críticas al régimen qatarí eran injustas y fruto del prejuicio contra los árabes.
Guardiola o Piqué, habitualmente tan locuaces para abrazar causas que les resultan más cómodas, por lo menos han guardado un cuidadoso silencio esta vez. Luis Enrique (a quien admiro como entrenador) ya dijo claramente que no pensaba mojarse porque no era su trabajo, y en sus “aló entrenador” en streaming parece que no le llegan preguntas sobre el tema.
Las excusas de quienes se ponen de perfil van del “no me incumbe” hasta el “hay cosas peores” de la revista The Economist, pasando por el “whataboutismo” y el “la luz servirá para que las cosas mejoren”, o el patético de Xavi “a mí me trataron bien” o el de echar las culpas a ogros convenientes como los gringos (celosos porque perdieron la puja por el Mundial contra Qatar), como hacen los ayatolás iraníes y algunos qataríes.
Se pide que la política quede fuera del deporte, cuando es la peor política la que lleva los grandes eventos deportivos de forma creciente a las autocracias, según datos del propio The Economist, y cuando el deporte de alto nivel, especialmente el fútbol, es político en sí, como se vio en las recientes elecciones brasileñas. Por supuesto, no todas las personas implicadas en el deporte se ponen de perfil, y ha habido casos, una minoría, de deportistas realmente comprometidos con causas que les podían acarrear un coste personal en sus carreras.
La creciente tendencia a albergar estos eventos en autocracias, se debe a las críticas abiertas en las democracias al hecho de que la mayoría de estos eventos acarrean más costes que beneficios sociales.
Todos tenemos derecho a ponernos de perfil. Yo me habré puesto cómodamente de perfil alguna vez. Pero hay personas que son genios en este arte. A veces se generan auténticas epidemias, como estamos viendo en el Reino Unido con el Brexit, donde a pesar de la obviedad del fracaso del proyecto, poca gente se atreve a poner el tema encima del tapete por no hacer enemigos. El “Mejor no meneallo” también se estila más cerca de nosotros. Personas que protagonizaron el fracasado “procés” en Cataluña siguen gozando de un prestigio social inmerecido. El relato del post-“procés” prioriza pasar página, quizás de forma comprensible, con el riesgo de que nadie tenga que rendir cuentas política y éticamente por lo ocurrido. Cuando ocurrió, junto a quienes se posicionaron a favor, en contra o entre medio, hubo quienes prefirieron esperar a que escampara y se viera de qué lado había caído la pelotita. En general, les ha ido bien.
Para mirar hacia adelante, no hay que hacerlo con los que quisieron tirarnos para atrás o con los que se pusieron de perfil, o por lo menos hay que darles cancha con la máxima de las prudencias. Como ha dicho recientemente Javier Cercas, “no basta con decir la verdad, hay que desmontar las mentiras”.
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