En realidad, el federalismo no es una propuesta del siglo XIX (a no ser que adoptemos una perspectiva meramente hispanocéntrica), sino que tiene raíces anteriores y plena vigencia actual, sin que se vean síntomas de que su implantación se vaya a reducir a lo largo del siglo XXI, sino todo lo contrario. Hoy, en 2017, la mayoría de personas que viven en democracia en el mundo lo hacen en federaciones.
Ya en la Grecia clásica se encuentran ejemplos de ciudades-estado que se federan para alcanzar objetivos comunes. Los Estados Unidos de América en la Convención de Filadelfia a finales del siglo XVIII pusieron las bases de la federación más poderosa del planeta, con un sistema de pesos y contrapesos donde el federalismo era una pieza clave de la nueva democracia. Suiza, Canadá, Australia, India, Sudáfrica son otros ejemplos de federaciones que permiten gestionar la diversidad y el gobierno de los asuntos colectivos. Alemania, el estado miembro más rico y poderoso de la Unión Europea, es un estado federal, y no tiene ninguna intención de dejar de serlo. ¿Una receta del siglo XIX? En las antiguas colonias (Estados Unidos, Canadá, India), las grandes federaciones han permitido construir sistemas mejores que los que han basado la independencia en la construcción de pequeñas naciones como ha sucedido en gran parte de África. El federalismo ha fracasado allí donde no ha ido acompañado de democracia, como fue el caso de Yugoslavia o la Unión Soviética. Brasil, México, y Argentina son casos de federaciones en América Latina que intentan incorporar soluciones que han funcionado bien en las federaciones más exitosas. Por supuesto, hay muchos modelos federales posibles, pero los más exitosos se caracterizan por ofrecer una institucionalización de la negociación y el pacto, sin vender panaceas ni soluciones milagrosas, y sobre todo sin engañar a nadie. El intento de construir una federación europea a partir de la segunda guerra mundial, con la declaración de Ventotene de los izquierdistas Spinelli y Rossi, está en las bases de la Unión Europea y los esfuerzos para lograr una unión cada vez más fuerte entre países que durante siglos se habían enfrentado violentamente. El líder liberal europeo actual, no el del siglo XIX, defendió esta idea apasionadamente en el Parlamento Europeo hace unos días como referencia para resolver los problemas de Cataluña, España y Europa.
El federalismo es un horizonte que exige reformas en profundidad cuando se viene del centralismo (como España) o cuando se parte de una situación de estados soberanos (como Europa). Consiste en un sistema pactado de gobierno multinivel donde cada nivel tiene competencias claras y bien financiadas siguiendo el principio de subsidiariedad, y se compromete a no transgredir las de otros niveles, ni a utilizar sus medios para sabotear el pacto. El gobierno se comparte en lo que es común y cada nivel de gobierno relevante rinde cuentas directamente ante la ciudadanía y no ante otros gobiernos. En los sistemas federales se respeta y se promueve la diversidad cultural y lingüística como una riqueza común a la vez que se coopera para resolver los problemas que son compartidos. Se descentraliza no sólo la gestión sino también el poder político, y al mismo tiempo se comparte el poder político en lo que tiene que ser solucionado a un nivel más alto pero que puede requerir el input de los niveles más cercanos a la ciudadanía. El federalismo suele ser una buena vacuna contra el centralismo a todos los niveles y la concentración de las infraestructuras: en muchas federaciones la capital no es la ciudad más grande o la capitalidad está repartida. Y también es una buena vacuna contra el repliegue identitario, la insolidaridad y la tentación del "nosotros solos".
El mundo del siglo XXI se caracteriza por la creciente interconexión de su sociedad y sus economías, y por lo tanto requiere de sistemas de gobierno que se adapten a estas características. El mundo avanza, aunque demasiado lentamente, hacia el federalismo. Difícilmente sin estas fórmulas de gobierno que combinan cooperación y proximidad, y que relativizan el concepto de soberanía, podremos hacer frente a problemas como el cambio climático, el fraude fiscal organizado internacionalmente o los problemas de migraciones, refugiados y seguridad. Lo que está obsoleto es el estado-nación como instrumento para hacer frente a estos grandes problemas de la humanidad. Si pasamos de una vez la pantalla del estado-nación nos ahorraremos muchas guerras (como las que dieron lugar a las actuales “etnocracias” de la antigua Yugoslavia) y tensiones innecesarias, y podremos avanzar hacia la resolución cooperativa de los problemas compartidos por toda la especie humana. Nunca es tarde para las buenas ideas.
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