Según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), en España hay 4.121.801 de desempleados. Estas cifras significan que el 21,29% de las personas que buscan trabajo, no lo tienen. Que hay un 1.386.000 familias en la que todos sus miembros están en paro. Hogares que viven bajo el umbral de la pobreza lo que se traduce en que no pueden hacer frente a una serie de gastos como consumir carne, pescado o verdura fresca al menos una vez cada dos días, comprar ropa de temporada para sus hijos o pagarse una vivienda digna.
La grave crisis económica y financiera en la que estamos inmersos ha dejado un enorme ejército de personas que vivía al borde de la precariedad, en la miseria. A algunos de ellos los vemos cada día buscando en los contenedores de basura o haciendo cola para conseguir un trabajo precario. A otros no los vemos pero están igualmente allí, consumiéndose en la angustia de cómo harán frente a un nuevo día sin trabajo ni esperanza.
A pesar de esto, los partidos de la derecha más rancia, los que abogan por bajar los impuestos y adelgazar el estado de bienestar, los que luchan por defender los privilegios de los más ricos, han arrasado en las últimas elecciones municipales.
La pregunta que deberíamos hacernos los que creemos en los valores de la izquierda es qué estamos haciendo mal para que se produzca esta paradoja.
Por qué no hemos sido capaces de representar para esas millones de personas una alternativa de progreso. Por qué las víctimas de la crisis y de un sistema que reproduce el círculo vicioso de la pobreza y de la exclusión social sin dar alternativas a los hijos de los más desfavorecidos, se quedan en casa y no salen a votar por los nuestros.
Los resultados de las últimas elecciones son especialmente desesperanzadores porque se produjeron en un contexto en el que miles de jóvenes indignados habían tomado las calles para pedir un cambio, una sociedad más justa, un sistema económico más igualitario y una democracia real.
El lema “No les votes” terminó perjudicándonos. El dicho generalizado de que “todos los políticos son iguales” se hizo realidad porque no sólo los indignados sino también los resignados así lo creen.
¿Somos todos iguales? Probablemente no pero tenemos que encontrar un camino para demostrar que no lo somos, para convertirnos en una verdadera alternativa de progreso, en una vía para conseguir una sociedad más justa y más igualitaria que de respuesta a las aspiraciones de las millones de personas que piden y necesitan un cambio.
Una de las pancartas de los indignados de Plaza Cataluña afirmaba en grandes letras: “Aquí comienza la revolución”. Quiero pensar que encontraremos la manera de que estas palabras se hagan realidad.
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