Diez años después de su visita a Barcelona (y a Tarragona y Madrid) invitado por Federalistes d’Esquerres (el episodio está recogido en mi libro “Misión Federal”, prologado por Miquel Iceta), el político, diplomático e intelectual canadiense Stéphane Dion, ha presentado un libro en castellano (titulado "Condiciones de la Secesión en Democracia. Reflexiones a partir de la experiencia canadiense"), imprescindible y oportuno, escrito por partes con los académicos españoles Alberto López Basaguren y Francisco Javier Romero Caro. Igual que hace diez años, Dion despliega su inigualable estilo firme y pedagógico para explicar cómo en Canadá él lideró política e intelectualmente la reacción federal tras los referéndums soberanistas de 1980 y 1995.
El libro está estructurado como un diálogo por partes. Tras una presentación del Profesor Javier de Lucas, Dion explica en primer lugar su experiencia en Canadá, como pretexto para explicar algo más importante: por qué la secesión es una rareza en las democracias consolidadas. Lo es porque el cuestionamiento de las fronteras genera inestabilidad e inseguridad jurídica, pero sobre todo, según el político canadiense, porque choca con el principio de ciudadanía que permea todas las constituciones democráticas. Una secesión arrebata el derecho de los ciudadanos a serlo (con lo que ello implica en cuanto a recursos y libertades, incluyendo por ejemplo el uso del pasaporte) en una parte del territorio. Se lo arrebata a quienes en la región separatista discrepan de una potencial mayoría, y se lo arrebata a los ciudadanos del resto del país, que dejan de ser ciudadanos en una parte de él. Explica que la Ley de Claridad de 2000 fue necesaria porque los soberanistas quebequeses no aceptaban la opinión de la Corte Suprema al respecto. Ambos textos clarificaban y a la vez dificultaban el procedimiento a seguir en una eventual secesión.
En sus capítulos, Romero Caro y López Basaguren critican la importación de las ideas de Ley de Claridad que se ha hecho y se sigue haciendo en España, especialmente por parte de algunos líderes independentistas catalanes y sus apoyos mediáticos e intelectuales. Contrariamente a lo que se dice por aquí, la Ley de Claridad no facilita un referéndum de secesión, sino que está pensado para dificultarlo, en el contexto institucional específico de Canadá. De hecho, desde que está vigente, no se ha celebrado ningún referéndum parecido a los de 1980 y 1995. En realidad, lejos de acercarse España al sistema canadiense, lo que la historia nos ha deparado es que la Ley de Claridad acercó el sistema canadiense al nivel de dificultad que en España existe para la secesión: requiere un casi imposible cambio constitucional (al que en Canadá se podría llegar tras la negociación posterior a un referéndum con pregunta y mayoría claras).
López Basaguren añade que la Ley de Claridad es parte de una reacción política al secesionismo que él cree que no se ha producido en España (donde la reacción de las fuerzas opuestas a la independencia ha sido meramente “legalista”), y que debería venir por la vía de un proceso de “perfeccionamiento federal”, que corrigiese las numerosas disfunciones del estado autonómico, empezando por su sistema de financiación, y que convenciese a una parte del independentismo de reconsiderar su aversión a España. Cómo hacerlo, sin caer en lo que Dion critica como la estrategia del apaciguamiento, que lleva a los soberanistas a siempre pedir más, es una de las claves del futuro.
En un importante capítulo final, Dion responde a algunas de las cuestiones planteadas por los dos académicos españoles, e insiste en la importancia del principio de ciudadanía como principal punto de objeción a la secesión en una sociedad democrática.
Quedan puntos por aclarar o profundizar, quizás para cuando se presente el libro en Barcelona. Por ejemplo, y disipando cualquier tentación de desarrollar una Ley de Claridad en España, la noción de una pregunta clara chocaría con la dificultad de explicar qué significa un país independiente sin más: ¿en la Unión Europea, en la zona euro, en el espacio Schengen? La lógica de la propuesta canadiense es que un referéndum provincial con una pregunta clara y una mayoría clara (a determinar ex post teniendo en cuenta criterios cualitativos y cuantitativos) debe dar lugar a una negociación, que pueda (o no) terminar con una reforma constitucional aprobada por el Parlamento que permita la secesión de la provincia. A diferencia de la inmensa mayoría de las democracias, eso posibilitaría, aunque haría muy difícil, una secesión. Pero sorprende que no haya un “referéndum de salida” que confirme si la ciudadanía está de acuerdo con los detalles del acuerdo. Los británicos parece que una vez han comprobado los detalles del Brexit, se han arrepentido de su decisión, pero ya era demasiado tarde.
Diez años después de la visita de Dion, el Brexit sobre todo, pero también la anexión de Crimea, la invasión de Ucrania, el declive del independentismo escocés, y la pandemia, han hecho retroceder mucho la idea del referéndum de secesión en las preferencias ciudadanas y en la paciencia de la Comunidad Internacional. Pero los líderes independentistas siguen pensando que es una bala a utilizar, blandiendo para ello argumentos solo superficialmente persuasivos. Ahora esgrimen la claridad canadiense, pero ni las dos consultas que organizaron ni el Plan Ibarretxe, también citado en el libro, cumplían con ninguno de los requisitos de la Ley de Claridad del país norteamericano. Por eso es tan importante que se lea este libro y que se hable de él.
Hace diez años, Dion nos recomendaba hacer frente al secesionismo con firmeza pero con elegancia (“with grace”; yo hablaba con él en inglés). Hoy un líder socialista y federalista, Salvador Illa, de quien todo el mundo admira su elegancia en la manera de expresarse y desenvolverse, ha ganado las elecciones en Cataluña. Algo se habrá hecho bien, y no solo por parte del nuevo líder. Por la vía del “perfeccionamiento federal”, del abandono de una vez del tabú federal (reconocer que Euro-España ya es una federación, y que como tal necesita reformas importantes), no es tarde para seguir construyendo una realidad democrática de convivencia e integración en España y Europa.