Me gustaría mucho estos días pasear por Santiago y sus librerías, y hacerme con los textos que den claves sobre lo que ha ocurrido ahí en el último año, desde el estallido social desencadenado (aunque no causado) por un aumento en el precio del billete de metro. Ese detonante dio paso a unas potentísimas movilizaciones que cuestionaban todo el "modelo" de desarrollo económico y político en el que se había sustentado el país desde la caída de la dictadura pinochetista a finales de los años 1980.
De alguna forma, lo que ha ocurrido me interpela, no sólo como alguien que se siente cercano a Chile por razones personales, sino como alguien que ha estudiado el modelo chileno en alguno de sus aspectos. Cuando en 1998 visité Chile por primera vez, mi director de tesis, un economista inglés que tenía un doctorado por la Universidad de Princeton en Estados Unidos, fue fácil de convencer para que apoyara mi solicitud de fondos para realizar el viaje, porque Chile era el gran ejemplo de estabilidad y calidad institucional de América Latina. Entre la corriente principal de la profesión económica, la idea dominante era y probablemente siga siendo que es una lástima que los demás países latinoamericanos no sean como Chile.
Escribí un capítulo de los tres de mi tesis sobre las opas de empresas españolas sobre empresas chilenas, y con esa excusa escribí sobre las privatizaciones y del modelo regulatorio chileno, que hundía sus raíces en la dictadura pinochetista, y en la Constitución cuyo arquitecto había sido el jurista Jaime Guzmán. Era una Constitución que protegía con todo tipo de salvaguardas la propiedad privada de las interferencias del poder político, y pretendía blindar el modelo económico diseñado por la Escuela de Chicago cuando el país se abriera a la democracia. Esa misma Constitución, aunque ha sido reformada varias veces gracias a la acción de las fuerzas de centro-izquierda, es la que ahora ha simbolizado todo lo que hay que derribar. Y en el referéndum de la semana pasada, una inmensa mayoría de la ciudadanía chilena votó a favor de que se redactara una Constitución desde cero a partir de una nueva asamblea constituyente. De alguna forma, Chile ha sido (para algunos, de nuevo) un ejemplo de estabilidad institucional: incluso en el momento de mayor enfrentamiento social, la solución está pasando por la construcción de nuevas instituciones democráticas.
Aunque la derecha post-pinochetista ha protagonizado intervalos de gobierno con Piñera (uno de los hombres más ricos del país), como en la actualidad, los años de democracia han estado dominados por gobiernos de centro-izquierda que han conseguido erradicar la extrema pobreza y extender los servicios públicos, así como modernizar el país en muchos aspectos, los niveles de desigualdad no se han reducido sustancialmente, y la sociedad chilena ha seguido siendo una sociedad fuertemente clasista. La educación pública ha seguido estando muy retrasada, a diferencia de países asiáticos de un nivel económico parecido, y, a pesar del indudable desarrollo del país, no se ha construido un estado del bienestar parecido al de los países europeos.
Los economistas como mi director de tesis creían que Chile había conseguido la cuadratura del círculo: como hacer compatible una fuerte concentración del poder económico y el desarrollo del país, con la apertura democrática y la plenitud de derechos políticos. La cuadratura ha durado 30 años, pero no da para más. Una juventud con mayores expectativas que las generaciones anteriores exige repartir más y mejor la torta.
Los más cautos hacen una llamada a la prudencia, y no les falta razón. Existe el riesgo de una deriva neo-populista. Esto no es retórica conservadora. El populismo existe y sus remedios económicos no funcionan para la inmensa mayoría. El riesgo de que el remedio sea peor que la enfermedad también existe. Pero se atenúa mucho si las fuerzas del cambio son canalizadas por nuevos liderazgos y renovadas organizaciones, a través de partidos políticos fuertes que intermedien entre la población y las instituciones. Durante el año 2021 se sucederán elecciones y trabajos para elaborar la nueva Constitución. Es una gran oportunidad para abrir el modelo económico, haciéndolo más igualitario (en algunas cosas como ciertos países asiáticos, en otras como ciertos países europeos), manteniendo y reforzando las instituciones democráticas. Ojalá todo salga bien.
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