"Aparecen nuevas palabras o las viejas adquieren un sentido nuevo y especial o se forman nuevos compuestos que no tardan en solidificarse y en convertirse en estereotipos". Pienso por ejemplo en el uso insultante que los independentistas catalanes vienen dando a la palabra "unionista" en Cataluña. O el uso de la palabra "fascista" para todos aquellos (del PP a Podemos, pasando siempre por los socialistas catalanes, que estamos acostumbrados y orgullosos de recibir por todas partes) que no se ponen a las órdenes de Puigdemont (un político con "estudios de" filología) y Lluís Llach (un ex-cantante puesto a político). Debe ser la forma que tienen algunos de ampliar su base social.
"Pueblo se emplea tantas veces al hablar y al escribir como la sal en la comida; a todo se le agrega una pizca de pueblo: fiesta del pueblo, camarada del pueblo, comunidad del pueblo, cercano al pueblo, ajeno al pueblo, surgido del pueblo..."
Hay una parte del debate político y circense en Cataluña y España que ya está siendo protagonizado por filólogos, cantantes o periodistas expertos en el uso del lenguaje, ante la falta de avances reales de ningún tipo en lo que es la solución de los problemas prácticos. Lo ilustra hoy el excelente artículo de Álex Grijelmo sobre la pregunta del presunto referéndum catalán. La pregunta es como una brigada en una batalla más amplia: un instrumento de combate.
Por cierto, las frases entrecomilladas las he sacado del libro de Victor Klemperer, "El lenguaje del Tercer Reich", al que he recurrido siguiendo las sugerencias de Jordi Llovet y Timothy Snyder. Yo no creo que los independentistas catalanes sean fascistas. Sí que creo que hay que estar muy vigilantes ante el uso perverso del lenguaje. Y también creo, junto con el diario izquierdista francés Libération, que algunos antiguos luchadores antifascistas, como el cantante Lluís Llach (a quien yo admiraba y escuchaba en mi juventud), han hundido su reputación con sus palabras de censura y amenaza y con su apoyo protagonista a una estrategia anti-democrática (pese a hacerse en nombre de la democracia). Claro que la capacidad de sacrificio del comandante Llach tiene un límite, porque ya ha dicho que espera que esto termine pronto porque tiene otras cosas que hacer (como aquel consejero convergente que temía por su patrimonio). Llach dice que no hay liberación social sin "liberación nacional", pero el hecho es que hoy en el mundo el principal obstáculo para el avance social lo constituyen los movimientos de repliegue nacional identitario que por suerte no terminan de avanzar en Europa. El avance de los Le Pen, Putin, Farages etc. en Europa podría frenar por un tiempo el ocaso del estado-nación, cuya persistencia nos impide solucionar los grandes problemas sociales de nuestro tiempo como el cambio climático o la lucha contra los paraísos fiscales. Una Europa dominada por estos líderes podría ser un buen complemento estratégico de quienes de verdad se creen que la "liberación nacional" va antes que la lucha social. El diario "Libération" sabe mucho de eso, porque ha combatido a los Le Pen, cuyo eslogan era precisamente "En nombre del pueblo".
Mientras tanto, ojalá no haya que esperar mucho para que se imponga el debate sobre la realidad en Cataluña y España ante el fracaso ya real del referéndum independentista como propuesta política y legal. Es decir, un debate sobre el federalismo del siglo XXI, sobre cómo agradecer los servicios prestados del estado-nación en una Europa unida y desarrollar las instituciones de una democracia compleja y multi-nivel. Ahí se necesitará algo más que periodistas, filólogos y cantantes.
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