Me considero un aficionado al fútbol muy afortunado. A mi equipo, el FC Barcelona (el
“Barça”), la globalización le pilló bien
preparado. Además, he conseguido hacer de mi pasión parte de mi profesión,
hablando de fútbol en mis clases (sobre fútbol y economía) sin remordimientos
de conciencia. Disfruto de una cantidad y calidad de fútbol en televisión (y
ocasionalmente yendo al estadio, aunque ya no soy socio como cuando era joven) imposible de imaginar cuando era un niño, cuando veía un partido del
Barça en blanco y negro muy de vez en cuando y tenía que ir al estadio de pie,
en las gradas de “general”, sin disfrutar de pre-partido ni post-partido. Tengo
al instante toda la información (o rumorología) sobre mi equipo u otros temas de interés
futbolístico por Internet en mi ordenador o mi teléfono móvil, esos artilugios
de los que nadie me habló en mi infancia. De hecho, disfruto más de todo esto
porque mi equipo probablemente ha sido el mejor (perdón, quizás uno de los
mejores) desde la globalización de mediados de los años 1990, aunque no es
ajeno a algunas de las tendencias inquietantes que acechan al deporte del balompié (como le llama Michael Robinson). La liberalización del mercado
de fichajes, las nuevas tecnologías televisivas y el nuevo formato de la
Champions League, llegaron a un Barça que tenía a Johan Cruyff como entrenador,
quien contribuyó a reforzar algunas tendencias (el gusto
por el fútbol técnico y de ataque, la innovadora influencia holandesa que llegó
inicialmente de la mano de Rinus Michels en 1972, el trabajo con la cantera) que ya estaban sembradas en el
Barça, un club desde sus orígenes abierto al talento internacional…
Pero quien diga que las grandes fortunas de países emergentes no democráticos,
o que el fraude fiscal, o incluso sospechas de prácticas fronterizas con la
corrupción, no salpican o han salpicado al Barça (igual que a muchos otros clubs),
es que no lee los periódicos o se salta algunas páginas. Los
aficionados, los dirigentes, y los profesionales del sector (incluyendo a los periodistas) deberían preocuparse
no sólo por el crecimiento del mercado del fútbol sino también preocuparse por
la reforma del fútbol y por la erradicación de sus tendencias más inquietantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario