miércoles, 1 de julio de 2015
La democracia atolondrada
La radicalidad democrática puede ser incompatible con una democracia de calidad. Es decir, el deseo de consultar constantemente y sin restricciones a los ciudadanos sobre cualquier cuestión mediante procesos de democracia directa, por compleja y urgente que sea la cuestión, puede empeorar la calidad de nuestras instituciones democráticas. El referéndum es un instrumento democrático que puede ser útil en algunas cuestiones. Es más frecuente en algunas sociedades que en otras, probablemente porque se complementa con otras instituciones formales e informales que no se dan por igual en todas partes. Y también es más frecuente para algunas cuestiones que para otras. Por ejemplo, últimamente varias ciudades han organizado referéndums sobre si plantear candidaturas olímpicas o no. Creo que en el próximo otoño está previsto uno de estos referéndums en la ciudad de Boston. Es una cuestión para la que existen unos plazos conocidos, que no tiene por qué dividir dramáticamente a una sociedad, y donde las alternativas están claras: o se presenta la candidatura o no se presenta, no hay medias tintas, y la población lo puede entender perfectamente. Está claro que el referéndum que ha convocado el gobierno griego para este próximo domingo no cumple ninguno de estos requisitos. Ni existe un calendario claro y relajado en el que tomar la decisión (el referéndum se ha convocado con dos semanas de antelación), ni la cuestión que se plantea es inocua desde el punto de vista de la división social, ni están nada claras las implicaciones de votar sí o no. Más bien parece que el gobierno utiliza el referéndum como arma de agitación política en una negociación donde está en juego su propia supervivencia, y en un tema complejo y volátil para el que precisamente había sido elegido no hace muchos meses democráticamente para tomar decisiones. Como no me gusta el referéndum, me resisto a decir qué votaría, aunque me gustaría que alguien (¿la socialdemocracia europea?) defendiera un sí federalista por una Europa social, por una zona euro compatible con la democracia y el estado del bienestar, y no por la "soberanía nacional". Es un referéndum que recuerda más el organizado por los sectores pro-rusos de Crimea hace un par de años, por las prisas, que uno de los que se organizan en jurisdiciones democráticas como California o Suiza. Además es un referéndum que pretende crear una falacia de soberanía, cuando se trata de una cuestión (las condiciones para el mantenimiento de una moneda única) que sólo se pueden resolver por la vía del pacto y la negociación cooperativa más allá del Estado-nación. La idea de "queremos decidirlo todo", si se lleva al extremo de utilizar la regla de la mayoría sin restricciones, nos puede llevar a utilizar instrumentos democráticos inadecuados, incluso anti-democráticos como la ley de la turba o la manipulación de medios públicos de información. La democracia representativa debe mejorar muchos elementos, y hay que acompañarla por el uso de buenos mecanismos de deliberación, una mejor selección del personal político, el input de expertos comprometidos y no aislados, así como el recurso prudente y sabio al mecanismo del referéndum. Pero cada cuestión debe resolverse al nivel territorial adecuado, con los instrumentos pertinentes, y con el nivel de pausa que requiere una decisión informada que no divida innecesariamente a las sociedades en su interior ni respecto de sus aliados, vecinos y amigos. Algunos procesos plebiscitarios parece que se convocan más como parte de una campaña que como forma de decidir algo que en realidad se decide por otras vías porque es fruto de procesos complejos. Y a estas alturas creo que es obvio que no estoy hablando sólo de Grecia.
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