viernes, 6 de febrero de 2015

El examen perfecto

Los exámenes deben estar pensados para premiar a quienes hayan asistido a clase y hayan hecho un mejor aprovechamiento de las técnicas que se han enseñado. En este sentido, es recomendable, por parte del profesorado, dedicar más tiempo a preparar las preguntas del examen que a corregirlo. No es inhabitual en algunos círculos académicos que los profesores hagan público (en una mezcla de tedio y exhibicionismo) lo mucho que dedican de su tiempo a corregir en épocas de examen. No tendría por qué ser así. Es más eficiente dedicar tiempo a pensar en cuáles han de ser las preguntas del examen, y las respuestas debería solicitarse a los alumnos que fueran claras y concisas (y por lo tanto fáciles de corregir), es decir, que los alumnos en su caso no puedan esconder su ignorancia respecto a las preguntas concretas del examen detrás de largos párrafos donde exponen su mucha sabiduría acumulada sobre una mezcla de temas. Las preguntas deben ser también claras y una buena respuesta debe ser factible y asequible, y el profesor debe ponerse en la piel de un estudiante que haya seguido bien el curso. En caso de contener aspectos matemáticos, analíticos o técnicos, el profesor debe calcular la solución antes de dar por buena la pregunta, para asegurarse de que el problema está bien planteado. En realidad, un buen examen es un examen que es formativo en sí mismo, es decir, que supone un reto para el estudiante de modo que el tiempo dedicado a responder la pregunta le sirve para pensar y para profundizar en la materia (pero más en su cerebro que en la hoja del examen): el mejor examen debe contener algo inolvidable para el estudiante. Al fin y al cabo, es probable que el examen sea el momento en que los estudiantes dedican más energías y más tiempo de calidad (sin distracciones ni interrupciones) a una determinada materia. En este sentido, una buena idea es introducir algún elemento de tipo deductivo o reflexivo en la pregunta que haga absurda la opción de intentar copiar de un-a colega o de algún material escondido (en el doctorado en el IUE de Florencia tuve un profesor -Spyros Vassilakis- que provocativamente abandonaba el aula durante el examen y dejaba a los alumnos solos; yo no me atrevo a tanto). Finalmente, la estrategia y actitud del profesor en la vigilancia del examen también es importante, y debe ser coherente con lo dicho anteriormente. En particular, el o la docente debe desincentivar que los alumnos dediquen su tiempo de examen a hacerle preguntas al profesor (o a otro alumno), diciendo de entrada que no va a dar ninguna pista e intentando convencer a los alumnos de que dediquen su tiempo escaso y su capacidad neuronal a concentrarse en el examen y no se distraigan intentando buscar estrategias para sacarle alguna idea al profesor o a algún colega. Por supuesto, si el profesor ha estado disponible para dialogar con los estudiantes en los días y semanas previos, con mayor autoridad moral podrá decir que “la hora de dar pistas ya terminó”, porque se las habrá dado con anterioridad. Ahora bien, esta actitud debe comunicarse con respeto y sin arrogancia, al fin y al cabo un examen es un momento de nervios y vulnerabilidad del estudiante. Los profesores deben utilizar su memoria y ponerse en el lugar del estudiante, en lugar de hacer usufructo psicológico de su reforzada posición jerárquica en el momento del examen: al fin y al cabo no hace mucho tiempo eran uno de los estudiantes ellos mismos.

1 comentario:

  1. Mi amigo Daniel Guinea recomienda estos dos links relacionados:

    http://medina-psicologia.ugr.es/cienciacognitiva/?p=228

    http://www.timeshighereducation.co.uk/news/do-exams-hinder-student-learning/148531.article

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