Hasta ahora la opción
federal se ninguneaba. La fuerza de las razones y los testigos federales (véase
la enorme repercusión que sigue teniendo la reciente visita de Stéphane Dion, el
líder del federalismo canadiense, con quien dialogo en inglés en este vídeo)
hace imposible por más tiempo la opción de ignorarlas. Se impone por parte de
los nacionalistas, o sea de los anti-federalistas, una estrategia alternativa:
repetir hasta la saciedad una serie de mentiras para desacreditar el
federalismo y tapar los puntos oscuros e inquietantes del soberanismo, para conseguir
que las mentiras repetidas se conviertan en verdades en la mente de los
ciudadanos, a pesar de que la realidad las desmienta categórica y tozudamente.
No me refiero al delirio
de algunos excéntricos independentistas, que también los hay,
sino al discurso habitual que cada día se repite en medios de comunicación
abrumadoramente manipulados por un “proceso”
liderado insólitamente a medias por una asamblea con tintes
insurreccionales y por un gobierno de derechas. Estas mentiras son (entre
comillas y destacadas en negrita):
-“No hay federalistas” o son presentados como una visión marginal y
“diferente”, que es como el otro día presentó TV3 al presidente de Federalistes d’Esquerres, el filósofo Manuel Cruz. Negar la existencia de los federalistas suele
hacerse desde Cataluña sobre todo respecto al resto de España, y es parte de la
hispanofobia más o menos larvada que algunos apenas disimulan: los españoles son
tan incivilizados que son incapaces de albergar ideas tan civilizadas como las
del federalismo (“ya nos gustaría” parecen insinuar hipócritamente). Esto se
sigue diciendo a pesar de que el líder del principal partido de izquierdas en
España ha oficializado su propuesta federal en el Congreso, y que el principal
diario de España, editado principalmente en Madrid, ha escrito varios
editoriales (el último esta semana) apoyando el federalismo, amén de publicado
innumerables artículos de opinión apoyando el federalismo.
-“El federalismo es algo del pasado”. Hay dos versiones de esta
mentira: la que dice que el federalismo es algo de los años 1930 (lo dijo el
otro día el portavoz del PP en el Congreso en una tertulia en TVE); y la que
dice que “es demasiado tarde” para el federalismo, utilizada en Cataluña por
algunos conversos al independentismo, que pretenden llevar el control del
tiempo para las buenas ideas. Sin embargo difícilmente el federalismo es algo
del pasado cuando sigue proporcionando los valores que sirven de inspiración a
países tan poco fracasados como Canadá (o Suiza, o Alemania, o los Estados
Unidos, o Australia), a proyectos como el de la Unión Europea, o a una gran
democracia diversa (la mayor del mundo) como la India, que hoy no estaría
celebrando unas elecciones masivas en paz si no fuera por su carácter federal,
y en lugar de éste se guiara por los principios del “derecho a decidir”.
-“El soberanismo es transversal”, racional, que comparten los
Fernández y las “chonis”, en palabras de un cada vez menos auto-contenido Jordi
Pujol. Por el contrario, las cifras son tozudas: el soberanismo está muy lejos
de distribuirse uniformemente entre la población catalana, y existe un riesgo
creciente de división por comunidades. El soberanismo está concentrado en las
comarcas externas al área metropolitana de Barcelona y es minoritario entre la
mitad larga de ciudadanos de Cataluña que tiene el castellano como primer
idioma.
-“El PP y el PSOE son lo mismo” en su oposición a la “voluntad del
pueblo de Cataluña”. Por el contrario, da pereza recordar que el PSOE, con
todos sus defectos, compartió la persecución franquista con los catalanistas.
Que el PP nunca ha condenado el franquismo, y que fue este partido el que llevó
el Estatut de Maragall al Tribunal Constitucional mientras el PSOE lo aprobaba
en el Congreso. También hoy el PSOE propone una reforma federal de la
Constitución, mientras que la propuesta del PP es, hasta el debate del otro día en el Congreso, recentralizar el estado de las
autonomías.
-“En Cataluña no nos dejan votar”, como si la democracia hubiera sido
suspendida en Cataluña. ¿Cuántas veces habremos votado desde 1976? ¿30?
¿40? En Cataluña existen elecciones,
libertad, se respetan los derechos humanos, ningún grupo étnico o cultural está
marginado, y la principal calamidad que sufrimos es la que se deriva de la
crisis económica y de las políticas nefastas de los gobiernos de derechas de
España y Cataluña, tan parecidos en sus recetas socio-económicas. Lo que no se
puede en Cataluña, ni en ningún país democrático, es votar cuándo y cómo se le
ocurra a una mayoría coyuntural sobre algo que tiene que ver con nuestros
derechos y que tiene un encaje legal muy problemático, por decirlo suavemente.
Los quebequenses han
decidido, votando por supuesto, que no era demasiado tarde para el federalismo,
que para lo que era demasiado tarde era para el soberanismo en sociedades
plurales e interconectadas. Y también han decidido (votando) que han perdido el
apetito por referéndums confusos y polarizadores. Claro que, para ganar a los
soberanistas hay que ganarles, o sea, hay que dar la batalla ética y moral
contra los nacionalismos y no bajar la cabeza delante de ellos, año tras año y
durante décadas. Aquí y hoy hay que luchar para que las fuerzas federalistas, y
no las del repliegue identitario o nacional, ganen en las europeas, y después
en las municipales y en las generales y autonómicas cuando sean, que pueden ser
cuando quieran quienes presiden los gobiernos respectivos (votamos cuando ellos
quieren). Quien quiera una nueva arquitectura institucional deberá defenderlo
en esta sucesión de elecciones, por supuesto al mismo tiempo que se deciden
otras cosas, porque la arquitectura institucional no es una cuestión aislada,
sino que influye y a la vez depende de otras cuestiones: hay que decidir sobre
paquetes complementarios. Carece de sentido, por ejemplo, defender la
independencia de un nuevo país en un referéndum y a la vez una presión fiscal
elevada en unas elecciones, porque hoy en día una presión fiscal elevada sólo
se puede conseguir con armonización fiscal e idealmente con un impuesto europeo
progresivo sobre el capital, es decir, eliminando la independencia de los
países existentes y no creando nuevas independencias.
Existen otras desventajas
de un referéndum o consulta ex ante en comparación con el proceso electoral
(conducente a un parlamento que puede proponer una reforma constitucional por
amplio acuerdo ratificada ex post en referéndum): inestabilidad (imitación
internacional y cascada potencial de secesiones internas), dificultad de
interpretación de los resultados, polarización… No me extraña que en el Reino
Unido liberales y laboristas estén en contra de que se celebre un referéndum
sobre la permanencia del país en la UE en 2017, como proponen los conservadores
bajo presión del independentista UKIP. Pero todavía no he escuchado a ningún
soberanista catalán insinuar que los liberales o laboristas británicos sean
poco demócratas o que ”no dejen votar” a sus conciudadanos. Por supuesto, si a
través del proceso electoral la mayoría de los europeos decide hacer saltar por
los aires el sueño de una Europa unida y opta por un continente basado en
viejas naciones y etnocracias, habrá que dar ese sueño por finalizado. Pero el
argumento es muy distinto al del “derecho a decidir” (sólo defendible si se
entiende como que el pueblo tenga la última palabra tras un proceso
deliberativo de aunar consensos, a diferencia de lo que ocurrió con la famosa
sentencia del Estatut) de quien quiera cómo y cuando quiera, y se parece mucho
más a la “obligación de co-decidir” con las reglas que entre todos nos hemos
venido dando.
Por supuesto, si tiene
que haber una consulta, para que ésta sea reconocida en sus resultados (ya sea
en su naturaleza auscultativa o decisiva),
ésta tendrá que ser legal y acordada, y bajo una ley electoral, y con
medios de comunicación públicos neutrales. Pero las dificultades anteriormente
mencionadas ayudan a entender por qué es muy difícil que se alcance un acuerdo, en España o en la
inmensa mayoría de países democráticos, especialmente en la zona euro, para
realizar una consulta legal que pregunte por la secesión. Por estas razones, yo
soy federalista, pero no soy “consultista”. Sin embargo, no creo en un
“federalismo auténtico”, y respeto a quienes se consideran federalistas y
defienden algún tipo de consulta ex ante. Un proceso deliberativo y un debate
respetuoso, estructurado y plural, sin empujones, con participación de partidos
y sociedad civil, irán configurando los contornos legales y culturales del
federalismo del siglo XXI. La propia sociedad, por ejemplo, irá decidiendo si
sus símbolos comunes son la bandera española, la europea, los castellers, el
himno de la Champions League o los chistes de Jaimito, o una mezcla de todos
ellos junto con otros ingredientes.
Cuando entramos en
detalles sobre cómo queremos organizar el mundo del siglo XXI la gente termina dando la razón a los
federalistas, porque en el fondo todos somos federalistas sin reconocerlo,
igual que hablamos en prosa sin saberlo. Ni que sea porque la independencia de
Cataluña nos dejaría fuera de la Unión Europea (UE). En Escocia mi conjetura es
que ocurrirá lo mismo tanto si gana el sí como si gana el no: una autonomía
reforzada sin creación de un nuevo estado miembro de la UE (a no ser que el
Reino Unido decida salirse de la UE en 2017). Si gana el no será porque los
grandes partidos políticos británicos ofrecen una unión con características
federales. Si gana el sí, porque la “independencia” que ofrecen los
nacionalistas escoceses es poco independiente: mantenimiento de la corona
británica, la libra esterlina (y el gobernador, por cierto un federalista
canadiense, del Banco de Inglaterra ya ha avisado que unión monetaria implica
unión fiscal), la BBC… El único debate no ficticio en realidad es sobre los
detalles del federalismo que queremos. El mundo será federal o no será. Y los
detalles los decidiremos en las elecciones, y en los períodos entre elecciones
con un mejor funcionamiento de nuestras democracias, que se consigue cuando los
gritos nacionalistas dejan de sacar lo peor que el ser humano lleva dentro.
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