En momentos de gran volatilidad de la opinión pública y de crisis de las grandes ideologías e instituciones, es importante mantenerse firme en la defensa de algunos principios que uno cree fundamentales, como la solidaridad y la democracia. Por eso causa desazón que personas que uno ha admirado en otras ocasiones muestren una gran vulnerabilidad ante el populismo y poca firmeza en cuanto a jerarquizar la importancia de los problemas en nuestra sociedad.
Me refiero por ejemplo al periodista Jordi Évole, que nos había ofrecido programas tan brillantes como aquel en que expuso la cárcel identitaria en que se había convertido Israel, o el programa de hace unas semanas donde Artur Mas y Felipe González discutían civilizadamente sobre el encaje de Cataluña en España. El programa sobre el supuesto golpe de Estado orquestado por la clase política española, mintiendo deliberadamente supuestamente para denunciar que no se abrían los archivos para investigar la verdad del golpe, es una ejemplo de la falta de valores sólidos en nuestra sociedad. Que no se abran unos archivos puede ser un problema, pero su denuncia no puede hacerse al precio de banalizar un asalto a la democracia que avergonzó a todos los españoles. Insinuar que la clase política pudo haber engañado a toda una sociedad durante décadas, o dar carta de naturaleza a teorías conspirativas de la historia en una trama que nos tenía a todos como víctimas (los ciudadanos y nuestros políticos), fue una forma barata de cabalgar la ola anti-política que inunda nuestra sociedad. Las instituciones políticas tienen muchos problemas, que no se solucionan vendiéndose por la cuota de pantalla, ni mucho menos se solucionan por parte de políticos o periodistas venidos a menos prestándose para colaborar en la patraña.
Otra decepción es la de ver a un diputado que había ilusionado a muchas personas de izquierdas luciendo una camiseta diciendo que los catalanes "queremos decidir" nada menos que en la tribuna del Congreso durante el principal debate del año, como si no hubiéramos decidido muchas veces, entre otras cosas, llevarle a él al Congreso para que defendiera nuestros derechos sociales. Que en un momento en que España y Cataluña baten todos los récords de desempleo, de desigualdad, de problemas sociales de todo tipo, de riesgo para la sanidad pública, de segregación educativa, un diputado que como Évole había conseguido niveles justificados de popularidad, se preste a concentrar la atención limitada de la audiencia en una camiseta sobre el supuesto derecho a decidir, es algo que ha avergonzado a bastantes personas con unos criterios morales mejor jerarquizados. ¿Realmente alguien con unos mínimos principios morales se cree que todos estos problemas sociales absolutamente urgentes y prioritarios se solucionarán mejor si en Cataluña se hace un referéndum de autodeterminación? Hacer de éste el gran tema de debate, ¿está solucionando algún problema social en Cataluña o en España, o está ayudando a consolidar las nefastas políticas de los consejeros y consejeras de CiU y de los ministros y ministras del PP?
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