De acuerdo con el “trilema” formulado por el economista
norteamericano Dani Rodrik, existen tres realidades, de las cuales hay
que elegir dos porque las tres simultáneamente son incompatibles: el
Estado-nación, la democracia política y la integración económica
supranacional. En los años anteriores a la Gran Depresión de los años
treinta, el mantenimiento estricto del patrón oro permitió
compatibilizar la integración económica internacional y los
Estados-nación, pero poniendo en serio peligro la democracia política.
Ello debido a que la camisa de fuerza del patrón oro no podía dar
respuesta a las demandas crecientes de la ciudadanía, canalizadas a
través de instituciones exclusivamente nacionales.
En las décadas posteriores a la II Guerra Mundial, los Estados-nación
y la democracia política coexistieron en los países desarrollados
porque la integración económica internacional se limitó a los acuerdos
de Bretton-Woods. Superados estos, un federalismo global haría
compatibles la democracia y la integración económica internacional
dejando atrás el Estado-nación, pero estamos lejos de alcanzarlo y no
sería aconsejable sin antes asegurar la existencia y modernización del
Estado de bienestar. En Europa sí tenemos en nuestras manos hacer
compatibles la democracia política y la integración económica, pero solo
si se reduce el protagonismo de los Estados-nación, por lo menos tal
como los hemos entendido hasta ahora (en parte, ya lo estamos haciendo).
El reto a nuestro alcance es crear un gran sujeto político y económico,
la Unión Europea, cuya seña de identidad sea la prosperidad compartida,
y que sea relevante en un mundo que tiene planteados enormes retos
globales (el cambio climático, la estabilidad financiera, la pobreza
mundial).
(El resto del artículo, aparecido hoy en el diario El Pais, puede leerse aquí).
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