Al mismo tiempo que nos esforzamos por caracterizar exactamente lo que está pasando en Estados Unidos, va tomando cuerpo (no sin dificultades) la resistencia interna, en paralelo a la complementaria reacción a nivel internacional. Ambas fuerzas, resistencia interna y reacción internacional, se alimentan mútuamente. Puede ser tentador para algunos dar por perdido a los Estados Unidos, en algunos casos animados por un anti-americanismo de hondas raíces, y centrarse en organizar un mundo sin ellos. Sería un error, porque existen en el país norteamericano fuerzas progresistas, universidades de prestigio, centros científicos, think tanks y todo tipo de instituciones que han contribuido y siguen contribuyendo al progreso de la humanidad, y que son todavía una esperanza interna y externa. No les demos prematuramente por perdidos.
El viernes pasado se manifestaron en varias ciudades
norteamericanas numerosos representantes de la comunidad científica, en
protesta por los recortes salvajes que están experimentando los centros de
investigación. Al mismo tiempo, se organizaban protestas en solidaridad en
otros países, como por ejemplo en Francia. Aunque los franceses (y otros)
tienen motivos para temer a sus trumpismos locales también, la acción me
recordó a los movimientos de solidaridad con los demócratas del sur de Europa o
de América Latina, en tiempos de las dictaduras militares, salvando las
distancias. Se me despertó la imagen de Olof Palme pidiendo libertad en España
por las calles de Estocolmo.
En lo que algunos han calificado como estado mafioso, hay que ser valiente para protestar, por mucho que las libertades formales sigan vigentes. Los Substacks de intelectuales estadounidenses como Timothy Snyder y Paul Krugman son estos días un punto de referencia obligado. Los columnistas del New York Times y los comentaristas de la CNN que todavía no han sido silenciados, merecen todo el apoyo desde el exterior. Líderes progresistas del Partido Demócrata, como Bernie Sanders, Elizabeth Warren, AOC o Robert Reich merecen tener eco fuera de su país, para recibir apoyo desde el exterior, incluso para venir a otros países a recargar las pilas. Los grupos de Democrats Abroad que organicen marchas y encuentros, deben también ser apoyados.
Algunas universidades y centros oficiales del Reino Unido y Francia han anunciado programas para atraer a científicos y académicos “quemados” de los Estados Unidos. En España y Cataluña tenemos que sumarnos a la puja, pero más que para organizar un “brain drain”, para organizar un “brain loan”, es decir no para atraer cerebros indefinidamente en masa, sino para que puedan volver a su país una vez las aguas vuelvan a su cauce. Nunca hubiéramos pensado que esto iba a ocurrir, pero hay que organizar programas para intelectuales refugiados de Estados Unidos, igual que los hemos organizado para Afganistán, Irán o Siria. Barcelona acogió en el pasado a numerosos refugiados de las dictaduras de Argentina, Chile y Uruguay, que en muchos casos después regresaron a sus países. Quién iba a decir que tendríamos que hacer algo parecido tras un cambio de régimen en los Estados Unidos.